miércoles, 27 de julio de 2011

Platónica 3

En una serie de ensayos -no exentos de cierta polémica y publicados en castellano con el título de Persecución y arte de escribir y otros ensayos de filosofía política, Valencia, Edicions Alfons el Magnànim, 1996-, Leo Strauss ha planteado con originalidad la cuestión de las relaciones entre filosofía y sociedad. Alejado del espíritu del historicismo y de la sociología del conocimiento, Strauss mantiene la idea, ciertamente sugerente, según la cual el aspecto fundamental no es observar si una determinada filosofía responde a una determinada sociedad, sino si esa sociedad permite que se exprese dicha filosofía. El planteamiento de Strauss insiste en que la filosofía en la antigua Atenas era prácticamente una actividad privada. Cuando se convertía en un ejercicio público de crítica de puntos de vista ortodoxos, la situación del filósofo podía tornarse peligrosa. El caso de Sócrates es un ejemplo. Strauss habla de la filosofía en los siguientes términos: “Había sin embargo una actividad que era esencialmente privada y trans-política: la filosofía. Incluso las escuelas filosóficas fueron fundadas por hombres sin autoridad, por hombres privados”. El filósofo en la sociedad ateniense del mundo clásico es, por tanto, esencialmente un hombre privado y cuando trata aspectos políticos, religiosos, morales o educativos desde un punto de vista que podríamos considerar heterodoxo, lo hace desde la escritura y no de forma oral. ¿Qué mejor medio, por otra parte, que la escritura para expresar puntos de vista heterodoxos, sin al mismo tiempo llamar la atención?
En un penetrante ensayo sobre la hermenéutica de Leo Strauss –publicado en Páginas hebraicas, Madrid, Mondadori, 1990-, A. Momigliano se hace eco de esta idea: “Casi todos los grandes filósofos del pasado, lejos de aceptar más o menos conscientemente los prejuicios políticos o religiosos de su época, se oponían a ellos, aunque manifestaran su oposición con cautela por razones de prudencia o de método”. En Platón, todo hay que decirlo, se combinan ambas razones, prudencia y método. Digamos que Platón combina su apego a la tradición con el planteamiento de reformas. Ahora bien, estas reformas son presentadas casi siempre como un juego. La vía seguida por Platón es, en este sentido, diferente a la vía de Sócrates. Sobre este punto, Strauss se expresa de forma clara y en un tono ciertamente polémico cuando habla de falta de libertad e investigación en las ciudades griegas, posición ciertamente discutible sobre todo para el caso de Atenas: “La diferencia entre la vía de Sócrates y la vía de Platón señala la actitud diferente de ambos hombres hacia las ciudades reales. La dificultad crucial se produjo por el estado social o político de la filosofía: en las naciones y ciudades de la época de Platón, no había libertad de enseñanza e investigación. Sócrates hubo de enfrentarse a la alternativa de escoger entre seguridad y vida, y adaptarse así a las falsas opiniones y al equivocado modo de vida de sus conciudadanos, o por el contrario no conformarse y morir. Platón encontró una solución al problema planteado por el destino de Sócrates al fundar la ciudad virtuosa en el discurso...La vía platónica, distinguida de la socrática, es una combinación de la vía de Sócrates y la vía de Trasímaco; pues la intransigente vía de Sócrates es apropiada sólo para el trato del filósofo con la elite, mientras que la vía de Trasímaco, que es a la vez más y menos rigurosa que la primera, es apropiada para su trato con el vulgo”.

La ciudad de Platón, la ciudad de la República, como bien dice Strauss, sólo existe en el discurso, en la palabra, en el logos, y es difícilmente realizable. Lo mismo se puede decir de la ciudad proyectada en las Leyes. Platón actúa de forma comedida. ¿Acaso no actúa así cuando emplea a Sócrates como personaje principal en sus diálogos? Si comparamos el modo de acción de Platón con el de Sócrates, es sin ninguna duda más conservador, empezando por el empleo de la escritura como método de expresión, aunque la idea pueda resultar una paradoja a primera vista. Platón no choca de este modo contra la sociedad. Es evidente que plantea reformas, pero lo hace sobre la base de la tradición.
La idea sugerente, aunque arriesgada, de Strauss es que en la ciudad griega el filósofo y la filosofía se encontraban en grave peligro, y esto no se contradice para nada con lo que Platón dice en sus escritos. Los filósofos estaban convencidos de que su actividad era sospechosa e incluso odiada por la mayoría de los hombres. No hay más que leer en el Gorgias las páginas que Platón dedica a la distinción entre filosofía y política. Calicles expresa de forma muy clara la opinión del vulgo sobre la filosofía: la filosofía sólo tiene su gracia y encanto si se practica de forma moderada en la juventud, pero, abusando de ella, se puede convertir en la perdición de los hombres. La filosofía es una especie de juego de niños, un entretenimiento de juventud que contribuye en cierta medida a la paideia, pero que debe ser abandonado en la edad madura. El filósofo es considerado por el vulgo como un hombre privado que abandona el “centro de la ciudad”, el ágora, las reuniones públicas y las asambleas, y pasa la vida hablando con jóvenes en lugares privados y en rincones ocultos. De este modo, la filosofía no puede contribuir a crear “hombres de bien e ilustres”. Bajo este prisma, la filosofía se presenta casi como una actividad contraria a los intereses de la ciudad y del ciudadano. A partir de aquí es fácil de entender que buena parte de los escritos platónicos sean concebidos como una defensa de la filosofía. L. Strauss también insiste sobre este punto, tan bien reflejado en el Gorgias: “La sociedad no reconocía la filosofía ni el derecho a filosofar. No había armonía entre la filosofía y la sociedad. Los filósofos estaban muy lejos de ser exponentes de la sociedad o de los partidos. Ellos defendían los intereses de la filosofía y nada más. Al hacer esto, creían verdaderamente que estaban defendiendo los más altos intereses de la humanidad. La enseñanza exotérica era necesaria para defender la filosofía. Era la coraza con la que la filosofía tenía que aparecer”. He aquí, sin duda, una idea que contribuye a explicar la escritura de la filosofía. Los escritos de Platón pueden ser presentados de este modo, y no de un modo desacertado diría yo, como una apología de la filosofía. Strauss piensa, además, que dada esta relación entre filosofía y sociedad, el filósofo debía guardar gran parte de sus opiniones para los propios filósofos, “limitándose a sí mismos a la instrucción oral de un grupo cuidadosamente escogido de pupilos, o escribiendo sobre los temas más importantes por medio de una breve indicación”.
Desde esta perspectiva, Strauss concede una gran importancia al arte de Platón, es decir, el arte de la escritura. El filósofo Platón es un hombre cauto, y maneja con habilidad la técnica de la escritura. Su lenguaje es en cierta medida elíptico, entendiendo por elíptico la habilidad que tiene el filósofo para dejar en suspenso determinadas situaciones, sin dar una imagen clara de sus conclusiones. Las aparentes ambigüedades y contradicciones del texto platónico no son sino fruto de un elaborado y concienzudo ejercicio de estilo. Esto explica el especial cuidado que se ha de tener a la hora de interpretar a Platón. El intérprete tiene que ser más atento y perspicaz si cabe, al tiempo que intuir aquello que está sobreentendido o implícito.
Este arte de la escritura al que me refiero al hablar de Platón es lo que Leo Strauss denomina “escribir entre líneas”. Strauss sostiene con firmeza que todos aquellos escritores que en el pasado han defendido ciertas ideas de carácter heterodoxo han desarrollado una peculiar técnica de escritura en donde la verdad sobre asuntos fundamentales se presenta entre líneas. La hermenéutica de Strauss se fundamenta a la sazón en la idea de que las ambigüedades y supuestas contradicciones de un autor están conscientemente colocadas por el escritor, que domina el arte de escribir y pretende escapar a los problemas que plantea defender puntos de vista heterodoxos. A diferencia de otros intérpretes modernos, Strauss da por supuesto que “el autor se comprende a sí mismo”. En todo caso, quien no lo comprende es el lector. La pretensión hermenéutica de Strauss se resume de forma admirable en el siguiente pasaje: “Un deber más modesto se le impone al historiador. Demandará, mera y correctamente, que, a pesar de todos los cambios que hayan ocurrido o que ocurrirán en el ambiente intelectual, prosiga la tradición de exactitud histórica. En consecuencia, no aceptará un arbitrario patrón de exactitud histórica que pudiera excluir a priori del conocimiento humano los hechos más importantes del pasado, pero adaptará las reglas de certeza que guían su investigación a la naturaleza de su objeto. Seguirá entonces reglas como ésta: leer entre líneas está estrictamente prohibido en todos los casos en que sea menos exacto que no hacerlo. Sólo es legítima una lectura entre líneas que comience por una exacta consideración de los juicios explícitos del autor. El contexto en que ocurre un juicio, y el carácter literario de la obra en conjunto y de su plan, deben quedar perfectamente entendidos antes de que una interpretación del juicio pueda razonablemente pretender ser adecuada o incluso correcta...Los puntos de vista del autor de un drama o un diálogo no deben, sin prueba previa, ser identificados con los puntos de vista expresados por uno o más de sus caracteres, o con aquellos convenidos para todos sus caracteres o para sus caracteres atractivos. La opinión real de un autor no es necesariamente idéntica a la que expresa en el mayor número de pasajes. Brevemente, la exactitud no ha de confundirse con el rechazo o inhabilidad para ver el bosque detrás de los árboles. El historiador verdaderamente exacto se reconciliará a sí mismo con el hecho de que hay una diferencia entre vencer con un argumento o demostrar prácticamente a todos que está en lo cierto, y entender el pensamiento de los grandes escritores del pasado” . Fiel a la tradición de exactitud histórica, Strauss añade un nuevo elemento, la “lectura entre líneas” (siempre que sea apropiado hacerlo), después de haber abordado los juicios explícitos del autor.
Los principios hermenéuticos de L. Strauss son traídos a colación porque parecen pensados a propósito para plantear diversas cuestiones sobre la interpretación del pensamiento platónico. En un importante ensayo sobre la hermenéutica de Strauss, que ya he mencionado unas líneas más arriba, A. Momigliano realiza algunas observaciones sugerentes a la hora de abordar la interpretación de textos. Momigliano intuye y señala con claridad meridiana los dos principios fundamentales implícitos en la hermenéutica aplicada por Strauss. El primero de estos principios es que “para comprender a un escritor hay que seguirlo -no conducirlo -, tratar de darse cuenta de todos los vericuetos y de las aparentes contradicciones que sigue su pensamiento”, y el segundo principio “es que hay que contemplar la posibilidad de que un escritor haya decidido mantener velado, e incluso oculto, el punto más importante de su pensamiento”. El primer principio permite sugerir la distinción hermenéutica entre interpretar y criticar. Y Momigliano, siguiendo a Strauss, pone precisamente el ejemplo de Platón: “Interpretar a Platón significa permanecer dentro de los límites de las directrices de Platón, mientras que el criticarlo significa ir más allá de esas directrices”. Un historiador no puede poner sus concepciones por encima de aquéllas del autor que estudia. La historia adopta así un sentido plenamente filosófico que tiene como principal objetivo la recuperación de un nivel de pensamiento ya perdido si se pretende caer en la cuenta de los problemas fundamentales. El segundo principio nos permite entrar de lleno en el tema de la enseñanza oral por parte de Platón y en la cuestión peliaguda de “los silencios de los escritores”. Hay ideas y aspectos que parecen velados en el texto platónico, momentos en donde Platón parece no querer ir más lejos, quizá porque considera que determinados temas no deben ser abordados por la escritura, y piensa que deben ser planteados de forma oral, o quizá porque deben quedar simplemente sugeridos. Esto es importante porque significa que el esfuerzo de exégesis que debe realizar el intérprete tiene que ser mayor ya que el texto puede tener doble sentido. Estas dos premisas hermenéuticas representan no sólo una forma de leer y abordar los textos sino también una cierta valoración de los clásicos del pasado.