martes, 1 de noviembre de 2011

Pierre Michon



Los Once (Anagrama, 2009), de Pierre Michon, ha obtenido el gran premio de novela de la Academia francesa. El escritor francés nos habla aquí de un cuadro irreal, “Los Once”, realizado por un pintor que jamás existió, Fançois-Élie Corentin, para exaltar las virtudes de la época del Terror en la revolución francesa, y logra crear un clima de verosimilitud histórica combinando elementos ficticios y reales. Un cuadro, “Los Once”, y un pintor, Corentin, inspirados en Tiepolo. No en vano, el libro se inicia con la descripción de los techos de Wurzburgo pintados por Giambattista Tiepolo y acaba recordándonos que “Los Once” es un lienzo de estirpe veneciana, la obra maestra que ennoblece las paredes del Louvre. La ficción atravesada por la realidad histórica nos permite considerar a Corentin un pintor de la misma época y la misma estirpe que Tiepolo. Pensemos en el veneciano, en su pintura, y conoceremos a Corentin.
El cuadro, “Los Once”, describe a once comisarios de la época del Terror, entre los que destaca Robespierre, once autores en realidad, hombres de las Luces, que, sin gloria literaria, se convierten en parricidas, asesinos del rey. Una historia conocida gracias al gran Jules Michelet, quien en su Historia de la revolución francesa dedica unas cuantas páginas al tema, al ansia de República y de poder que tenían los Robespierre, Danton y Hébert, y nos ofrece la estampa popular que conocemos de la revolución francesa con sus diferentes partidos. Y con todo, las doce páginas que Michelet dedica a “Los Once” son una novela. El relativismo de Michon enmenda la plana al historiador francés “pues todas las cosas reales existen varias veces, tantas veces quizá como individuos hay en este mundo”. Michon juega con su descripción del cuadro y la proporcionada por Michelet, compara y denigra la falsificación producto de la reconstrucción de memoria. Y tras toda esta historia del cuadro, Michon se inventa un motivo que explicaría la gestación de la pintura. Sería un alma de doble filo, encargada por Collot, que serviría tanto si triunfaba como si fracasaba Robespierre. El cuadro podía mostrar tanto la grandeza como la ambición desenfrenada por la tiranía que atesoraba Robespierre. No en vano, “Los Once” es una pintura que representa “la vuelta del tirano global que se hace pasar por el pueblo”.
El libro se teje con vidas minúsculas, con multitud de pequeñas historias, como la de los campesinos de Limusín, muertos muchos de ellos en la construcción del canal de Orleans a Montargis. La novela se plantea, por lo demás, como un juego literario. Michon dice inspirarse en miles de biógrafos para escribir la historia y hace referencia a las biografías escritas de Corentin. A lo largo de todo el libro da vueltas en círculo, vuelve sobre temas ya tratados, va completando los huecos, como en un puzzle, ampliando la información sobre cosas que ya ha mencionado. Así, da la sensación de que la narración va hacia delante y hacia atrás contando la historia del pintor Corentin y su familia, la historia de “Los Once” y la narración de Michelet. Y todo sazonado con un ingenio que procede del dominio de la lengua, teniendo en cuenta, como nos recuerda Michon, que “de eso deriva todo lo demás, todo cuanto nos interesa: la curiosidad intelectual, la voluntad, la enconada avidez literaria…”.