miércoles, 27 de febrero de 2013
Julius Fucik
Tal como señala Vera Kukharava en la
sentida introducción, el libro es un testimonio documental de la lucha
antifascista checoslovaca y una reflexión sobre el sentido de la vida.
Comunista convencido, Fucik se muestra en cierta medida optimista ante lo que
considera la llegada de un mundo nuevo. Con el capitalismo en descomposición,
sólo queda esperar la caída del fascismo, y Fucik encuentra signos evidentes
del fin del régimen nazi, como la presencia de policías checos entre los
vigilantes de las S.S. De hecho, el análisis que hace el periodista checo de
los personajes que trabajan para el régimen nazi en la cárcel de Prankac deja
traslucir la idea de agotamiento del nazismo. Por el contrario, el comunismo es
presentado como una fuerza renovadora que cambiará la faz del mundo. La
fraternidad de oprimidos que se apoya silenciosamente en la soledad de la
cárcel está constituida básicamente por comunistas. Es una comunidad de
camaradas con un espíritu vivo y luchador que confía en la victoria final, y
que camina según la visión de Fucik hacia delante, hacia la verdad. Esa
confianza en el triunfo definitivo de la revolución se manifiesta en pequeños
detalles que afloran en la celebración secreta del primero de mayo de 1943
entre los presos de la cárcel de Pankrac. En todos estos camaradas anida un
profundo sentido del deber. Por eso, Fucik detesta la traición. Un cobarde, un
traidor, ya no vive más “porque se ha excluido de la colectividad”. Sin
embargo, un camarada que ha superado los interrogatorios de la Gestapo y no ha comunicado
información a los nazis puede considerar que su vida no ha sido estéril. Por
eso también, Fucik insiste en la necesidad de no olvidar a los héroes anónimos,
personas con nombre y apellidos que han servido fielmente al futuro, figuras
que han contribuido a la revolución, mientras que los asesinos vinculados al
régimen nazi son “insignificantes figurillas de madera podrida”.
Testigo del horror, Fucik escribe
una especie de reportaje que constituye un testimonio de los hombres más que
reflejo de toda una época. Redacta, pues, pequeños monumentos, es decir,
descripciones de camaradas que lucharon valerosamente contra el nazismo y que
sirven de ejemplo por su lealtad. Y es que, escribe Fucik, “el deber humano no
termina con esta lucha y ser hombre exigirá, también en el futuro, un espíritu
heroico, hasta que los hombres sean completamente hombres”. Está
claro, pues, que el autor escribe para el futuro y quiero insistir en este
sentido en que Reportaje al pie de la
horca emociona porque Fucik, más allá de la exaltación del comunismo, ha
sabido transmitir el amor por la vida -“la vida que cuesta tanto abandonar”- y la esperanza en un mañana mejor, dotando a su último escrito de un
profundo humanismo. Qué más se puede decir cuando el libro se cierra con estas
hermosas palabras: “¡Hombres, os he querido¡”.
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