jueves, 25 de julio de 2013

Arthur Schopenhauer

La publicación de El arte de sobrevivir (Herder, 2013), con edición e introducción de Ernst Ziegler y cuidada traducción de J. A. Molina, nos permite revisitar algunas de las constantes y obsesiones de Schopenhauer a través de una selección de textos dispersos en las distintas obras del pensador alemán. La edición que ha preparado Ziegler forja la imagen de un Schopenhauer anciano, al final del camino, un hombre lleno de experiencias y sabiduría que parece renegar de la vida, que reflexiona con profundidad acerca de la muerte y que observa el mundo desde arriba, como un espectador privilegiado situado más allá de las miserias humanas. Es, como si dijéramos, un Schopenhauer alejado del tumulto de la vida, aislado, escéptico, radical.
            Los textos que se presentan en El arte de sobrevivir no conceden respiro al lector. No hay ninguna concesión a la galería. El anciano Schopenhauer contempla la vida en toda su extensión realzando el tiempo de la vejez porque aporta en términos generales una calma espiritual que constituye la esencia de lo mejor de la existencia humana. La melancolía y la tristeza de la juventud ceden su lugar a una cierta jovialidad de la vejez que supone liberarse de los placeres, las quimeras, las ilusiones y los prejuicios. Y si bien es cierto que en la juventud pasa el tiempo de forma más sosegada y lenta, generando por tanto más recuerdos y ofreciendo la sensación de una mayor felicidad, en la vejez se adquiere una cualidad admirable, el “no sorprenderse de nada”, que decía Horacio, lo que concede a la ancianidad una paz especial. Al llegar, pues, a la madurez el hombre sufre un desengaño brutal, “la convicción inmediata, sincera y sólida sobre la vanidad de la totalidad de las cosas y la inconsistencia  de las maravillas del mundo”. Esto nos lleva directamente al tema central del que parten todas las reflexiones de Schopenhauer, la consideración de que la vida es un engaño, un fraude, y que todos los esfuerzos que realizamos para cumplir grandes proyectos son vanos e inútiles. La vida, es, pues, en la visión del filósofo algo monótono, insípido, acompañado normalmente “de una serie de pensamientos triviales”, que sólo adquiere ciertos aires de novedad por el progreso del conocimiento. Es bien conocida, en este sentido, la imagen que ofrece Schopenhauer de la vida como una mezcla de tragedia y comedia, tragedia si se considera de forma global la existencia, y comedia si se analizan los pequeños detalles y afanes diarios. La conclusión del filósofo alemán es que la vida de millones de personas es una especie de “sueño confuso y agitado”, carente por completo de reflexión y lleno de supersticiones infundadas por la Iglesia.
            Concebida así la vida, la felicidad se presenta como una quimera, un deseo inalcanzable. La decepción que sufre el hombre ante esta realidad inapelable puede ser solapada aceptando ese punto de partida y rebajando las expectativas, tratando de vivir de forma soportable, evitando en la medida de lo posible los dolores y sufrimientos que forman parte de la íntima esencia del ser humano. El mundo se convierte así en un lugar de expiación y la muerte queda como el objetivo moral primordial de la vida. Conviene insistir en este punto que numerosos fragmentos de El arte de sobrevivir están relacionados con el tema de la muerte. El curso de la vida tiene en este sentido una dirección moral y esto se advierte en los últimos pensamientos de cada hombre. ¿No se puede pensar, entonces, que esta selección de textos que atiende al título de El arte de sobrevivir no trata –disimuladamente- de reflejar los últimos pensamientos del propio editor, Ernst Ziegler, a través de la voz de Schopenhauer? Todos los indicios apuntan a que El arte de sobrevivir es un libro de preparación para el viaje al más allá. Impulsado por la voluntad de vivir, pero burlado por la esperanza, el hombre, irremediablemente, “baila hacia los brazos de la muerte”, y, como un barco a la deriva, “llega al puerto haciendo agua y desarbolado”. ¿Acaso estos pensamientos no están estrechamente ligados a la visión del anciano profesor Ziegler? Tentados estamos de pensar en el valor purificador que ha podido tener la lectura de Schopenhauer. Y es que el filósofo alemán ofrece una visión del mundo que nos conmueve y nos remueve la conciencia. Schopenhauer, para bien o para mal, escamotea la esperanza al ser humano, aleja la utopía y quiebra nuestra fe inquebrantable en la ilusión. Y lo que es peor, escribe y piensa tan bien que en lo más íntimo de nuestro ser estamos barruntando que seguramente tiene razón.
            ¿Y qué nos queda en medio de tanta desolación existencial? El conocimiento, la belleza y el arte, las alegrías más puras de la vida. La paradoja radica en que siendo estas alegrías patrimonio de unos pocos, aquellos que tienen una disposición singular y una sensibilidad acorde a las circunstancias, se da el caso de que esta minoría es la que más sufre, lo que me recuerda la lección de mis maestros, la advertencia tan antigua de que el conocimiento engendra dolor.