martes, 31 de diciembre de 2013

Jorge Luis Borges

El último libro de cuentos de Borges, La memoria de Shakespeare, se compone de cuatro relatos que ilustran de forma admirable las principales obsesiones del maestro argentino. Publicado en 1983, tres años antes de la muerte de Borges, el poeta parece deleitarse en sus amores más queridos, en esa combinación de poesía y sabiduría secreta que se traduce en dos hombres tan distinguidos y dispares como son Shakespeare y Paracelso, que a la sazón dan nombre a dos de los cuentos. Borges siempre ha tenido en mente la posibilidad de ser otro, siempre ha soñado con ser otro sin dejar de ser él mismo, sin perder su identidad, su memoria. El tema del doble ha ocupado por entero su vida, su literatura y sus sueños.
En el cuento titulado “Veinticinco de agosto, 1983”, Borges se presenta a sí mismo inmerso en una especie de sueño en el que se ve como un anciano a punto de morir. Borges habla con Borges en una suerte de diálogo profético en el que el autor repasa su propia obra y los temas principales de su literatura al tiempo que se hace eco de la imposibilidad de haber escrito un gran libro, ese texto proyectado con el que ha soñado durante tanto tiempo. Es como si Borges estuviese dialogando consigo mismo, señalando los límites de su escritura, haciendo balance en el declinar de su vida. Este cuento fantástico sobre la identidad personal da paso en la colección a un relato simbólico, metafórico, brillante. Es una historia llena de misterio y sabiduría. Se titula, de forma enigmática, “Tigres azules”. Un profesor, escocés para más señas, que se ha trasladado al Punjab y enseña lógica en la universidad de Lahore, decide instalarse en una primitiva aldea del Ganges porque ha oído hablar de la existencia de tigres azules. El profesor sueña con esos animales desde mucho tiempo atrás. A la hora de la verdad resulta que lo que los indios denominan tigres azules son en realidad pequeñas piedras en forma de discos, que refulgen en la oscuridad y que, de forma asombrosa, se multiplican. Son piedras que engendran. El profesor ha encontrado estas maravillas en la cima que está más allá de la aldea, un lugar sagrado para los indios. Con este acto, el profesor ha profanado la cumbre, el mágico recinto, movido por la curiosidad, por su afán de saber, pero a causa de ello puede sufrir el castigo de los dioses, la locura o la ceguera. ¿Es que acaso, pues, el camino que conduce a la sabiduría choca con la voluntad de los dioses?  El profesor de “Tigres azules” camina sin remisión hacia la locura, hacia lo irracional. Las piedras que se multiplican acaban con la cordura, con el orden, representan un ataque frontal a las matemáticas. Esta posibilidad de caos, desorden y locura conturba la mente del profesor y no es de extrañar que acuda a una mezquita para pedir ayuda y desprenderse de las piedras, de los tigres azules. De este modo se imponen la cordura, los hábitos, el mundo.
En “La rosa de Paracelso”, el sabio renacentista pide a Dios que le envíe un discípulo a quien transmitir sus enseñanzas, la sabiduría secreta que atesora. Alquimista, médico y astrólogo, Paracelso exige de su discípulo una inquebrantable fe, tal como reza la autoridad de la tradición. El sabio recibe en su taller a un muchacho que quiere seguir el camino del maestro, está dispuesto a todo pero a cambio desea una prueba fehaciente del poder de Paracelso, ansía ver un prodigio, quiere que una rosa convertida en cenizas vuelva a cobrar vida. La resurrección de la rosa se produce cuando el supuesto discípulo abandona desengañado la casa del maestro. La falta de fe le incapacita para captar el poder de la palabra, el misterio de la sabiduría antigua transmitido a través de los tiempos.
Según Thomas De Quincey, tal como nos recuerda Borges, el cerebro del hombre es un palimpsesto en el que se van solapando escrituras y recuerdos que la memoria va exhumando progresivamente en función de determinados estímulos. En el cuento que cierra el libro de Borges y que da título al volumen, un especialista en Shakespeare recibe la memoria del bardo de manos de otro consumado erudito. Se trata de una suerte de transmisión que se expande por la conciencia y se apodera lentamente del individuo que recibe tal herencia. A partir de ese momento, el protagonista de la historia, Hermann Soergel, entra en las cavernas de la memoria de Shakespeare, se convierte, en cierta medida, en heredero del poeta. Preparado para tal milagro gracias a años de investigación y soledad, Soergel experimenta también una transformación gradual de sus sueños. Pero la asimilación de la memoria del bardo ejerce tan gran influencia y poder sobre la conciencia que amenaza la identidad personal del protagonista. Hermann Soergel se sume en un estado en el que se confunden de forma inextricable su memoria con la memoria del otro, el bardo. Llevar la vida de otro a cuestas conduce irremediablemente, tal como nos enseñó Stevenson, al territorio del caos, el desorden y la locura. Para evitar perder la razón, Herman Soergel entrega finalmente la memoria de Shakespeare a otro erudito. Es un acto que le permite volver al orden, a las trivialidades eruditas de la vida cotidiana, al mundo de los hombres. Perseverando en la necesidad de ser él mismo ha dejado de ser otro.


  

5 comentarios:

  1. ¡Feliz año nuevo, Pedro! Y que sigas deleitándonos con tus entradas. Fuerte abrazo.

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    1. Querida Teresa, celebro que te acerques a este recodo literario. ¡Hay tan poca gente que me lee¡ Por cierto, acabo de ver tu entrada a propósito de "El fantasma y la señora Muir", la película de Mankiewicz. Faltan adjetivos para describir la belleza de esta película. Tiene algunos fragmentos de texto que son de los mejores de la historia del cine. Hay una verdadera sublimación del amor. Feliz año nuevo.
      Salud. Notorius.

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    2. Yo siempre te leo, ¡es un placer leerte! La película es tan completa… una auténtica maravilla. Esa sutileza y esa sublimación de la que hablas están tan bien logradas: ambientación, encuadres, iluminación, diálogos, actores, música… una joya. Veo que, como en la genial Notorius, también coincidimos.

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  2. El primer cuento que reseñas, Pedro, debe ser una versión del cuento titulado "El otro", escrito en los setenta y publicado en el volumen "El libro de arena". En dicho cuento Borges se encuentra consigo mismo en un banco, a orillas de rio Charles, en la ciudad de Cambridge. Un Borges joven y uno anciano conversan borgianamente (no se me ocurre otra forma de decirlo) acerca del paso del tiempo en -lógicamente- Borges.
    Por lo que respecta al segundo relato, parece ser que los tigres fueron una de sus obsesiones. Al final de su vida, visitó en compañía de su mujer un zoológico. Allí conoció por fin su primer tigre "real", la tigresa Rosie, que se apoyó en sus hombros y le lamió la cara. Borges aparece feliz en una foto junto a Rosie. En cierto modo es una foto significativa: al final de sus días, la Ficción -Borges- y la Realidad -el tigre- se reconcilian en un cariñoso guiño de despedida.
    César de Echagüe

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    1. Gracias, César, por tus bellas palabras. En efecto, el primer cuento tiene ciertas reminiscencias con el relato de "El libro de arena", aunque es un tema que llevaba de cabeza a Borges, como una obsesión, y que se intuye en muchos relatos. Lo de César de Echagüe supongo que será un homenaje al maravilloso personaje de Mallorquí. Cuando era un infante leía las novelas de "El Coyote" con avidez. Espero seguir leyéndote. Un placer conocerte.
      Salud. Notorius.

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