jueves, 28 de abril de 2016

La isla

Giani Stuparich forma parte de una generación extraordinaria de escritores triestinos, heredera de la tradición literaria centroeuropea. Combatiente en la primera guerra mundial, Stuparich sufre la pérdida de su hermano Carlo y la de su mejor amigo, el escritor Scipio Slataper. En 1942 escribe un relato largo, La isla. La editorial Minúscula ha publicado el libro con traducción de J. A. González Sainz. Giani Stuparich ha contado en La isla la relación que se establece entre un padre enfermo, moribundo, y su hijo. Ante la inevitable cercanía de la muerte, el padre decide pasar unos días en la isla, que evoca los recuerdos del pasado, en compañía de su hijo. Estamos, pues, ante una experiencia iniciática de vida y muerte. El marinero regresa a la isla para pasar sus últimos días. Al llegar a la isla padre e hijo contemplan a lo lejos la casa donde vivían, en la parte vieja de la ciudad, ya casi derruida, como un signo de otros tiempos. El padre, que era como un dios para su hijo, que le había abierto los ojos a la vida en un viaje a Dalmacia, es ahora un hombre cansado. La mirada del hijo y la mirada del padre generan una visión diferente del mundo. La sensación de miedo ante la muerte se expresa en cada mirada del hijo. Ante la ineluctable presencia de la muerte, el hijo busca esperanza, señales de que su padre no está tan enfermo, de que todavía hay una posibilidad de recuperación. Imagina con dolor los actos y los movimientos de su padre. A cada momento de plenitud sucede una crisis o simplemente la angustia que supone la certeza de que su padre empeora. El hijo descubre cosas nuevas de su padre y al mismo tiempo siente la impotencia, la imposibilidad de sincerarse antes del momento definitivo. Por eso, cuando camina con su padre lo embarga un sentimiento de piedad.
Stuparich juega con los contrastes, nos muestra la fortaleza del marinero, del padre, frente al espíritu ya marchito por la enfermedad. Combina la narración de los acontecimientos en la isla con la evocación de los recuerdos. En la ensenada donde atracan los barcos, el padre hace volar su ensoñación, la tradición de la isla: el encuentro entre los familiares y los marineros que retornaban de sus viajes. Entonces, comprendemos que el padre ha vuelto a la isla para legar a su hijo esa tradición y que a través de ese acto adquiere la serenidad necesaria para afrontar el destino que le espera. La voluntad de mantenerse firme forma parte de la última lección del padre. La narración, contenida, está llena de silencios. La luz y el cielo azul reflejan la vida sin límites en contraste con la llegada de la muerte. Al abandonar la isla, ese cielo, esa luz, el lector siente la misma sensación de pérdida que experimenta el hijo y, al mismo tiempo, un inevitable sentimiento de goce y plenitud.