jueves, 29 de junio de 2017

El espíritu de la Ilustración

En la búsqueda de una base intelectual y moral para nuestro tiempo, Todorov se fija en la corriente humanista de la Ilustración. El resultado es un libro lleno de sugerencias y advertencias titulado El espíritu de la Ilustración (Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2014). El proyecto de la Ilustración, que no es unívoco y que aporta en realidad pocas ideas nuevas, se fundamenta en la autonomía, la humanidad y la universalidad. Todorov parece plantear una revisión y crítica de este proyecto con tal de adaptarlo a nuestra época. Por eso empieza señalando los rechazos y las críticas que suscitó la Ilustración en el siglo XIX, como su posible influencia en el colonialismo europeo, su identificación con los peores aspectos de la revolución francesa o su relación con los totalitarismos del siglo XX (en la visión de algunos autores cristianos).
El principio que fundamenta la Ilustración es la autonomía del individuo frente a la tradición, pero eso no significa que se deba prescindir de la tradición. La autonomía individual y colectiva propiciada por la Ilustración no impide que surjan ciertas desviaciones como la autosuficiencia, la soledad y la excesiva crítica, que en opinión de Todorov no conducen a nada. La autonomía del individuo atraviesa desde la libertad de conciencia a la libertad individual y al laicismo moderno. Entre los peligros que acechan a la autonomía individual se encuentra lo que Condorcet denomina la religión política, la sustitución de la tradición religiosa por el culto al Estado, que culmina, en la visión de Todorov, en los totalitarismos del siglo XX. La autonomía que establece la Ilustración permite plantear la búsqueda de la verdad que debe deslindarse de la búsqueda del bien, de los valores morales, políticos y religiosos, para evitar desviaciones como el moralismo y el cientificismo.
El proyecto de la Ilustración también se fundamenta en el humanismo, en el amor a los seres humanos –que no necesita de ninguna justificación religiosa- y que hace viable el deseo de felicidad. Todorov menciona los desvíos, los peligros a los que está sometido el humanismo, cuando se sacralizan los medios y se olvidan los fines verdaderamente humanos. El amor a la humanidad conduce directamente el proyecto ilustrado a la universalidad, a la necesidad de igualdad social y legal, a la igualdad entre hombres y mujeres, al fin de la esclavitud y a la declaración de una serie de derechos.

El espíritu de la Ilustración se cierra con una reflexión sobre los condicionamientos que pueden explicar la explosión del espíritu ilustrado en la Europa occidental del siglo XVIII. Precisamente aquí Todorov se hace eco de la importancia de la autonomía individual y de la pluralidad que concede vigor al proyecto cultural y espiritual de Europa. Por eso, recuerda, siguiendo a Hume, que la identidad europea no se encuentra en lo que nos une, sea el cristianismo o la herencia del imperio romano, sino en lo que nos separa, la diversidad de tradiciones, lenguas y países. Todorov trata de encontrar la identidad de Europa en el proyecto ilustrado, en la idea de “voluntad general”, desarrollada por Rousseau, en la tolerancia y el espíritu crítico y de integración. Estas son las ideas que pueden ayudar a la construcción europea. Esa es la herencia del espíritu humanista de la Ilustración.